...tenía diecisiete años, recuerdo que ya había terminado el verano del curso de 3º de B.U.P., debían de quedar escasas semanas para reanudar las clases. En cuestión de días debía decidir si continuaba en el instituto, terminar C.O.U. y emprender el camino de universitaria despistada, pues lo único que tenía claro era que no sabía lo que quería estudiar, o aventurarme con el inglés en un país anglosajón, esas eran mis opciones claras.
El motivo que me llevó a tomar esta decisión viene ahora... Llevaba un tiempo rondando por mi cabeza el hecho de hacer algo por cambiar algunos matíces de mi vida. Era muy consciente de la improbabilidad de que gran parte de mi entorno pudiera cambiar a mi favor, pues intervenían demasiados factores en él, era muy complejo mover ficha así; lo sencillo era salirme del escenario, renunciar a mi papel temporalmente aquí y probar otras cosas que dependieran directamente de mí.
Fue entonces cuando empecé a pensar seriamente en hacer algo que pudiera hacerme sentir que algo se movía, aunque fuera hacia atrás, necesitaba comprobar que había algo que yo podía hacer para cambiar significativamente mi visión de las cosas. Me lo creí, me auto-convencí de ello y en pocos días lo tuve muy claro, me iba a Birmingham a trabajar como au-pair. Entre otras muchas cosas hay una valiosa lección que aprendí de esta experiencia y es que los problemas no permanecen estáticos en un lugar concreto, mientras no los afrontes, se irán contigo donde quiera que estés.
A pesar de los años, curiosamente puedo visualizar con mucha nitidez las caras compungidas de mis padres cuando me fueron a despedir al aeropuerto, mi interpretación de las mismas ahora es: "¡horror, se va mi niña pequeña!" pero fingían la de: "¡has tomado la decisión correcta!, recapitulando, lo cierto es que siempre me he sentido apoyada por ellos en todas las decisiones que he tomado, eso hace más fácil la cuesta-arriba. Con esa edad no es que fuera una cría pero hace catorce años casi nadie tenía móvil, no había tanta información e irse a estudiar al extranjero, aunque fuera a tres horas de avión para una chica como yo, no era muy común, creo recordar.
Era un catorce de octubre, aún cada año lo recuerdo, es como mi aniversario particular en el que estábamos solas mi supervivencia y yo. No era mi primer contacto con el Reino Unido, ya con quince años pasé dos semanas con un grupo de estudiantes de diversas nacionalidades, aquélla fue mi primera experiencia, muy enriquecedora y gracias a la cual decidí regresar. La que sí era mi primera vez era la de encontrarme sola en un país diferente al mío y teniendo que enfrentarme al gran obstáculo del lenguaje y la comunicación. Había estudiado la gramática y todo lo necesario para soltarme con el habla pero aún no me sentía preparada y no era plan de ir con una libretita escribiendo lo que necesitaba. Aún así, cuando llegué al aeropuerto de Heathrow, me acerqué a una señorita que estaba detrás de un mostrador y con mi acento sin pulir e inseguro pero firme le pregunté qué tenía que hacer para llegar a B'ham. Para mi sorpresa me entendió y yo, agudizando el oído a más no poder, entendí que debía de coger un autobús en el andén "X", hasta aquí todo iba bien.
El trayecto duró más de dos horas, me dormía, me despertaba, cabeceaba, creía que me salía del país porque tras tres horas de vuelo más lo que desgasta el hecho de estar alerta para que no te pillen despistao ya me parecía suficiente para un solo día. Después de este interminable trayecto llegué de noche a la "Digbeth Coach Station", que es lo más parecido a la estación de Auto-res. No eran más de las 7pm pero aquél cielo estaba negro y cerrado desde hacía tres horas, dato que descubrí al día siguiente. Tenía la sensación de haber cruzado medio globo, estaba rendida, con unas maletas anti-ergonómicas que pesaban más que mi funda de carne y huesos pero ya tiraba de ellas, más bien arrastraba, porque las sentía como una extensión de mis brazos.
Hasta ese momento tenía la dulce sensanción de tener todo bajo control, me sentía fuerte de moral y crecida, había llegado de Madrid a B'ham yo sola, era un motivo más que alentador para estar motivada y predispuesta a seguir. Esta debía de ser la última parada, cuando bajo del autobús y piso el asfalto gris de la lúgubre estación, hago un examen rápido de la situación y me doy la triste cuenta de que, a parte de un par de borrachos que pululan por allí sin rumbo buscando un banco en el que refugiarse de la fría noche, no había nadie más. La estación estaba cerrada, no había nadie a quien preguntar y, en ese preciso momento, me abandona la dulce sensación y me invade ese angustioso nudo desgarrador que se planta en la boca del estómago y no te deja pensar.
Me constaba que la familia con la que se suponía iba a pasar seis estupendos y maravillosos meses, había salido en mi búsqueda pero ni la llamada desde el aeropuerto a mi llegada ni la que les hice cuando llegué a la estación de autobúses dio con ellos, lo único que conseguí fue dejar un par de mensajes en el dichoso y repetitivo contestador.
Ante aquella desangelada situación y sabiendo que B'ham tenía fama de ser una ciudad bastante peligrosa me entraron unas ganas irresistibles de llorar por la impotencia y el cansancio acumulados; todos los ruidos eran extraños y hostiles para mí, en la lejanía podía escuchar las pisadas de los peatones en los charcos, los camiones de la basura, los coches, mi agudeza sensorial se multiplicó por infinito al cuadrado, creo que podía oír hasta lo más imperceptible de aquélla ciudad cuyo recibimiento me impactó de sobremanera... Tenía que salir de allí cuanto antes si no quería ser víctima de una crisis nerviosa. Me levanté del banco en el que estuve reposando a penas unos minutos pero que me parecieron horas y arrastrando las maletas con una ligereza inexplicable, subí la cuesta que me separaba de aquéllos ruidos estremecedores para cualquier recién llegado y me dirigí a una parada de taxis no muy lejos de la estación.
Subí al taxi como si me estuvieran persiguiendo, como si tras cada paso se fuera desplomando el suelo bajo mis pies, fue una sensación bastante angustiante. Con voz un tanto temblorosa, le indico al taxista a la dirección que voy, no podía estar muy lejos, ¡ya estaba en la ciudad!pero, ya fuera por el cansancio, por el nerviosismo o por ambas cosas, no me entendió. Saqué un trozo de papel de mi bolsillo en el que tenía la dirección de la casa y se lo enseñé, la expresión de asentimiento de su cara me hizo creer que se sentía familiarizado con el destino y me relajó. Ya con mi fatigado cuerpo recostado sobre el asiento y las maletas a merced de las curvas, me dejé llevar sin pensar en nada más, solo que afortunadamente mi viaje estaba muy cerca de llegar a su fin.
Nos encontramos frente a la puerta de la casa de la familia Wilson según rezaba mi pequeño recorte de papel pero allí no parecía haber nadie, todo estaba demasiado tranquilo. Las luces apagadas, solo la del porche estaba encendida y tampoco se veía el coche. Aún no habían llegado, me estarían buscando o esperando en algún otro sitio quién sabe dónde. Tras unos segundos de reflexión, le digo que me deje allí mismo, que me quedo esperando en la puerta hasta que lleguen pero me dice que es muy peligroso, que a veces hay tiroteos y chicos con navajas y que no me deja sola, que mejor llamamos a los vecinos y espero ahí.
Parecía que sabía muy bien de lo que hablaba así que no le contrarié, estaba saciada de acción por lo que acepté su sabio consejo y él mismo, por iniciativa propia llamó al timbre de la casa de al lado. Les explicó no sé qué, yo hacía rato que había desconectado, pero no les importó y accedieron a dejarme pasar. Me ofrecieron un vaso de leche caliente, ya no tenía ni hambre, y estuvímos charlando un rato. Era una mujer con dos hijos, el chico había estado de vacaciones en España, no recuerdo el lugar, y me estuvieron dando conversación hasta que, no sé cómo se enteraron los Wilson de que yo estaba allí. Llamaron a la puerta y con cara de haberme buscado por tierra, mar y aire, me llevaron las maletas hasta mi habitación, en la planta de arriba. Sentí un alivio brutal porque, aunque los vecinos fueron muy agradables y hospitalarios conmigo sin conocerme, para mí el viaje no terminaba hasta que, junto con mis efectos personales, cerrara la puerta de la habitación en la que me hospedaría, detrás de mí.
Por aquél día mi odisea había terminado y lo único que quería era dormir y ver la luz de aquélla fría y oscura ciudad por la mañana.
Lo que pasé allí durante los tres primeros meses es largo de contar, tal vez en otra ocasión. Solo diré que estuve los seis meses que me comprometí pero no en aquélla casa ni con aquélla familia...